9 de abril de 2011

¿Te ha pasado…? o ¿Te has preguntado…?

He aquí la historia de cómo aprendí a NO preguntar ¿Te ha pasado…? o ¿Te has preguntado…?

Imegen tomada de acá

Creo que todos (aunque tal vez también me equivoque en esto) le hemos preguntado a otra persona “¿Te ha pasado... alguna vez?” o “¿Te has preguntado...?” Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que lo que a mí me ha pasado o las preguntas que rondan mi curiosa y perturbadora mentecita NO se les ocurren a los demás. De cierto modo lo entiendo porque de otra forma el futuro de la humanidad me preocuparía más de lo que ya lo hace; pero eso será tema para otro día -quizás-.

Ahora bien, después de recibir incontables miradas de terror y comentarios como “Mary tú estás loca”, “definitivamente no eres normal” o “que clase de preguntas son esas” entendí que debía mantenerme callada si no quería terminar en Bárbula* de por vida.

Nunca he negado que mi mente funciona de una forma extraña y difícil de explicar, pero jamás pensé que resultara tan alarmante para mis amigos descubrir todas las cosas que me dan curiosidad. Comprendí que el asunto había llegado muy lejos cuando un día esperando el metro le pregunte a mi entonces novio y gran amigo “¿Te ha pasado que al salir el tren de la estación sientes el impulso de arrojarte a las vías?” y supongo que la cara que puso esa vez debe ser parecida a la tuya mientras lees esto. No me malentiendas, no soy suicida ni planeo serlo; sin embargo, hay algo tan hipnotizante en la forma cómo  pasan los vagones y van aumentando la velocidad que para cuando está saliendo el último una corriente de aire me impulsa a seguirlo, a irme con él dejando la calurosa y abarrotada estación atrás.

Pero es precisamente por no tener tendencias suicidas que no lo hago, porque sé que no me voy a ir con el tren, porque sé que esa repentina y fresca brisa que me arropa solo será la antesala de una emejota a la ¿parrilla? ¿brasas? ¿frita? Desconozco como quedaría mi carne después de ser electrocutada. Por eso cierro los ojos, para no quedar atrapada en la seducción de los vagones, para no dejarme llevar por ese loco impulso.

Por más que traté de explicar lo que sentí sólo conseguí empeorar las cosas; puede que no haya me haya dado a entender –que es muy frecuente- o que realmente estoy más dañada de lo que pensaba. Sólo sé que como por el momento no planeo residir en un manicomio, mejor me quedo callada rogando porque nadie se dé cuenta y me vengan a buscar con una camisa de fuerza. 

Foto tomada de acá


(*) Bárbula: Nombre de un manicomio en Venezuela.

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