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Hace algún tiempo leí un artículo en donde se hablaba de cómo Ricardo Arjona era necesario en la escena musical, y aunque al principio dudé del argumento pues no podía creer cómo esto pudiera ser cierto, conforme fui leyendo me di cuenta de que la propuesta es enteramente correcta; es más, quiero llevarlo aún más allá y decir que la música pésima es imprescindible en el mundo.
¿Cómo podríamos distinguir a los más grandiosos cantantes, guitarristas, pianistas, bajistas o bateristas si no existieran los malos? Los que no aciertan las notas, los que destrozan la música y pretenden ser considerados dioses del rock; y uso el rock como un ejemplo pues se aplica a cualquier género musical, corriente artística e incluso a cualquier profesión u oficio.
Conocemos los nombres de grandes cineastas, escritores, pintores, músicos, escultores, poetas y/o bailarines, también sabemos de excelentes jugadores, atletas, directores técnicos, entrenadores o managers; porque en el mundo han existido millones de artistas, pero a la historia solo pasan los nombres grandes, el talento supremo que aunque tal vez no haya sido apreciado en su época ahora nos damos cuenta de la brillantez y genialidad que poseen sus obras. Escuchamos sinfonías exquisitas que siguen deleitando con la misma fuerza que lo hicieron siglos atrás, tenemos libros que subliman y asombran con sus argumentos e historias, pinturas y esculturas que nos quitan el aliento con sus representaciones y un sinfín de ejemplos más.
Y así como existieron ellos, contamos con excelentes artistas ahora, pero también están los malos, están los pésimos, los que nos hacen querer arrancarnos los tímpanos para no tener que escuchar más los sonidos abominables que intentan pasar por música. Pero los necesitamos, necesitamos la comparación, es por ello que tenemos gagas, perrys, biebers, arjonas y demás. Ellos nos permiten apreciar aún más la buena música, y citando a Alberto Salcedo Ramos, la mala música “termina siendo un hito importante, un espectáculo único, una fiesta que debemos disfrutar plenamente, con la conciencia de que no durará toda la vida, y somos nosotros – y sólo nosotros – sus testigos de excepción” sus nombres son sólo el más triste de los remedos de lo que la música es, y así es como quedarán.
Así, aunque a veces detesto que existan y el contenido de sus letras me dé náuseas, comprendo que deban tener un lugar en la escena musical, pues no todos pueden ser los dueños del circo y el mundo necesita de los payasos para disfrutar. Y es entonces cuando río.
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