26 de julio de 2011

Mi Experiencia Potteriana


Inspirada en un post de Toto Aguerrevere -que puedes ver acá- decidí contar mi historia como fanática de la saga:


Todo empezó una tarde en el club de periodismo del liceo donde estudiaba; corría el año 2001 y me encontraba cursando el 7mo grado. Estábamos muy aburridos porque no había nada que hacer y al voltear hacia un lado vi a un alumno de 8vo que leía un libro de cubierta amarilla con un niño montado en una escoba, un castillo, un perro de tres cabezas y un unicornio corriendo a la orilla de un bosque; lo que a mis cortísimos 11 años me impresionó mucho.

Al estudiar en un liceo militar no podía acercarme a un alumno “superior” y preguntarle muy tranquilamente qué estaba leyendo, así que me quedé en mi pupitre contemplando la escena e imaginando qué podía contener ese libro que ameritara una portada tan singular. Fue entonces cuando uno de los instructores de la cátedra le pidió prestado el libro, comenzó a leerlo para todos y eso fue lo que me enganchó. Gustavo era un estudiante de los últimos semestres de Comunicación Social de una universidad privada del Estado Aragua cuyo nombre no viene al caso, y al que tiempo después vería en un programa de un canal regional llamado “En la paila”; debo admitir que tenía un pequeño crush por él y ahora me es difícil descifrar si fue por eso o porque realmente lo relataba muy bien, que estaba tan absorta en lo que decía.

Lo cierto es que apenas se pudo llegar a la carta que recibía Harry de parte del Colegio Hogwarts, cuando sonó el timbre y tuvimos que salir para la formación. No volví a pensar en el libro hasta la firma del acta de divorcio de mis padres, cuando conversando con mi papá recordé la portada y le pedí que me lo regalara; en aquel momento pensaba que había perdido mi tiempo, porque si mi papá no se acordaba ni de mi cumpleaños no veía manera que recordara comprarme el libro, pero para sorpresa mía sí lo hizo y ahora tenía en mis manos el libro de cubierta amarilla que tanto me había fascinado.

Comencé a leerlo el último viernes de julio por la tarde y el domingo por la noche terminaba de leerlo por tercera vez. Le pedí otra vez a mi papá (a mi mamá era muy difícil sacarle algo por ese entonces) que me comprara los otros libros que faltaban en aquel momento: Harry Potter y la Cámara Secreta y Harry Potter y el Prisionero de Azkaban, mientras no soltaba el primer libro por nada del mundo. Al terminar las vacaciones tenía en mis manos el segundo libro (el que menos me gustó) pero que devoré igual de rápido que el anterior.

El Prisionero de Azkaban me llegó como regalo de Navidad y mi mamá inmediatamente lo escondió porque decía que se me olvidaba el mundo apenas lo comenzaba a leer; pero en un golpe de suerte mi hermano encontró el libro y me lo dio, así que esperaba que mi mamá se durmiera para cerrar la puerta del cuarto, meterme bajo las sábanas y alumbrando las páginas con la punta de un laser poderlo leer. Gracioso fue cuando mi mamá me lo entregó meses después, dándome permiso a que lo leyera sin sospechar que eso era historia antigua.

El drama empezó al tener que esperar por el cuarto libro que aún no se publicaba, no teniéndolo en mis manos sino hasta un año y medio después. Recuerdo que habíamos viajado a Caracas porque una de mis amigas no conocía la capital y le pedí a mi mamá que la lleváramos. Fuimos a ver la Asamblea Nacional y entre los libreros que se agolpan en la salida del metro de Capitolio… ¡Lo vi! Con su cubierta de color poco masculino, unos caballos alados y un huevo dorado llamaron mi atención. Muy a pesar suyo mi mamá me lo compró.

Estuve leyéndolo mientras iba de viaje a Tucacas con mi familia, devorando con avidez cada una de las páginas. En la noche, mientras estando en la carpa éramos masacrados por jejenes fue mi único escape de la situación y al regresar al día siguiente continuaba inmersa en el argumento al momento de sufrir un accidente bastante traumático (psicológicamente hablando) en la ARC.

La Orden del Fénix fue el regalo que me hizo mi mamá por haber obtenido un promedio de más de 19 puntos cuando cursaba 1ero de Ciencias  y lo leí durante cuatro días mientras tenía gripe. Lloré la pérdida de Sirius, odié a Snape mucho más por sus clases de Oclumancia y me identifiqué completamente con Luna Lovegood; fue por mucho mi libro favorito de la saga hasta ese momento.

Creía que no podía odiar más a Severus Snape, pero cualquiera que haya leído El Príncipe Mestizo sabrá que el final probó nuestra entereza y equilibrio emocional.  Me compré el libro antes de irme de vacaciones en diciembre a Margarita, comenzando a leerlo apenas iniciamos el viaje hacia Puerto La Cruz; para ese entonces había terminado el liceo y empezaría mis estudios superiores el enero siguiente. La espera hasta el próximo libro se me hizo eterna, pero al mismo tiempo no quería que se terminara porque sabía que sería el final y no estaba preparada para ello.

Inevitablemente ese día llegó y aunque tuve la suerte de tener un novio que trabajaba en Tecni-Ciencia que me regaló Las Reliquias de la Muerte y me evito las colas; tuve la mala fortuna de contar con una amiga a la que comentándole mi emoción por leer el libro me dijo “No te preocupes, un amigo de México se lo leyó por internet y me dijo que Harry Potter no muere”. Mi cariño por ella fue lo único que la salvó de una muerte muy dolorosa; pero ahí me quedé yo, fría, con los ojos vidriosos y vacíos, sin saber que decir ni cómo reaccionar. Años de espera, de angustia y de zozobra se veían destruidos en un solo segundo, como si un dementor me hubiera besado, llevándose mi alma consigo.

Sé que suena muy melodramático y que siendo lógicos era imposible que Harry hubiera muerto; pero en ese momento las posibilidades eran muchas y me divertía imaginando qué podía pasar. Aún así leí la última parte de la saga mientras iba rumbo a conocer Mérida y aunque me prometí a mi misma que lo leería despacio “para rendirlo un poco” cuando me di cuenta Fred Weasley estaba muerto y con ello cerré el libro de un solo golpe. No  volví a abrirlo en el resto del viaje ni en el retorno, siendo únicamente cuando llegué de nuevo a casa que lo empecé otra vez.

Hoy puedo decir que estuve con Harry hasta el mismísimo final. Hoy puedo decir que después de haber odiado a Snape por años, terminé amándolo con intensidad en las últimas páginas de la saga y que aunque el epílogo me pareció cursi y predecible me alegró que la cicatriz tuviera 19 años sin doler y que todo iba bien.

Una vez leí: “Sabes que has leído un buen libro cuando al final sientes que has perdido un amigo”. Yo creo que más que perderlo, lo ganas. Sí, me resultó difícil aceptar que había terminado; pero ahora sonrío cada vez que miro en mi biblioteca los volúmenes de Harry Potter perfectamente apilados, recuerdo todo lo que ha pasado conmigo durante este tiempo y los buenos momentos vividos.

Ya no estoy en 7mo pero aún recuerdo al alumno de 8vo, ya no tengo un crush por él pero aún recuerdo a Gustavo, ya no me escondo entre las sábanas para leer pero aún guardo el laser que utilicé para hacerlo, ya no estoy en Tucacas pero recuerdo que en ese viaje tuve mi primera fogata en la playa, ya no estoy en Margarita pero ese ha sido mi último viaje a la isla y ya no estoy Mérida pero fueron las mejores vacaciones que he tenido hasta hoy.

Tal vez si hubiera sido mayor la historia no me habría entusiasmado; pero hoy, después de diez años, aún hay una niña de 11 años dentro de mí que sigue tan fascinada por la brillante cubierta amarilla del libro como el primer día.



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