1 de noviembre de 2015

Yo También... Me convertí en pajarito

Y mi país es el depredador

Imagen tomada de acá

A veces estudiar fotografía me resulta complicado. No el hecho de estudiar per se, sino el hecho de vivir en un pueblo y tener que trasladarme hasta la Capital para poder hacerlo, lo que implica que debo viajar por horas, que muchas veces no puedo tomar talleres que quiero porque son en la noche y no tengo donde quedarme y que adicional al costo del curso debo sumarle gastos de pasaje, lo que lo hace aún más costoso para mi.

Lo hago porque lo amo, porque quiero vivir de ello y porque no me hallo sin una cámara en la mano. Hago el esfuerzo y me levanto a las 3:16am, me arreglo, desayuno, preparo algo de comer para llevarlo conmigo, agarro la cámara y me voy al terminal a tomar el autobús. Paso calor (o frío), paso colas, paso roncha, llego a Caracas, llego al metro, voy a la escuela y muchas veces soy la primera, tan primera que debo esperar a que abran, porque llego muy temprano.

Esto porque, lógicamente, debo calcular mil imprevistos que pueden ocurrir en el camino y porque entre llegar tempranísimo o llegar tardísimo, siempre prefiero lo primero. Es así como muchas veces estoy a las puertas de la escuela a las 7:35am cuando el curso comienza a las 9:00am y me dispongo a buscar un lugar tranquilo donde esperar.

Justo hace poco me tocó hacer eso y el lugar tranquilo que escogí para pasar el tiempo fue una plaza que queda una cuadra más arriba del lugar donde haría el taller ese día. Me dediqué a leer un rato, a ver a las personas que pasaban, a jugar con un gato que había en la plaza y luego a observar a un pajarito -creo que un pájaro carpintero- que estaba comiendo en su nido.

Veía como el pájaro comía y cada cinco segundos paraba, asustado, para mirar a su al rededor, comprobar que no había peligro y seguir comiendo. Una y otra vez el pajarito hacía esto, mientras sentía un poquito de pena por él, por tener que vivir con miedo constantemente, por sentir un temor tan paralizante que no le permitía ni comer en paz.

Luego sentí pena por mí. Pena porque me di cuenta que soy ese pajarito. Pena porque mi día no transcurriría muy diferente al de él. Verás, hay cosas de mi jornada que no te he dicho; como por ejemplo que guardo mi cámara en una lonchera para no levantar sospechas, que escondo mi celular entre mis tetas o que siempre cargo dinero en el zapato por si me dan "un quieto" tener medios para regresarme.

Soy ese pajarito porque cada vez que siento un ruido volteo a ver de donde vino, porque cuando llego temprano y tengo que buscar un sitio "tranquilo" donde quedarme me doy cuenta que tal lugar no existe, porque cuando llegué a esa plaza busqué el lugar más escondido para sentarme y puse la lonchera detrás de un árbol para que no se viera. Soy ese pajarito porque cuando siento que se acerca una moto me doy por perdida, y que aún cuando la moto es de un policía o un guardia nacional eso no me tranquiliza.

No puedo sentarme tranquila a leer, no puedo ver a las personas que pasan sin sentir sospecha (y que ellas no sospechen de mi), no puedo jugar con el gato sin pensar que si me distraigo alguien va a llegar a robarme y ahora no puedo ver a ese pajarito sin verme a mí.

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